EL CLIMA DE ASTURIAS - LAS  PRECIPITACIONES


LAS PRECIPITACIONES

Las lluvias son el elemento que más se asocia a la idea general del clima asturiano y, en la realidad, constituyen uno de los elementos diferenciadores entre el clima oceánico y el mediterráneo. Algunos autores trazan la frontera entre ambos dominios climáticos en la isoyeta anual de los 700 I/m2 (Font Tullot, 1983). No debe perderse de vista que las precipitaciones son la única entrada importante en el ciclo general del agua. Por otra parte, no sólo tiene interés el volumen total de lluvias sino también su reparto estacional, ya que la supervivencia de la vegetación está muchas veces limitada por la existencia de aridez en épocas muy concretas. Las lluvias durante la estación fría llegan a saturar el suelo y a partir de ese punto cualquier nuevo aporte se pierde por escorrentía y no puede ser aprovechado. En el verano, sin embargo, la demanda de agua es mucho mayor debido al calor, por lo que las posibles lluvias adquieren una enorme importancia y actúan como un factor limitante de primer orden,

Intuitivamente, la zona cantábrica se define por precipitaciones abundantes, nubosidad persistente y, por tanto, escasa aridez. Esta idea es básicamente correcta y, aunque la zona cantábrica no es climáticamente uniforme, constituye una unidad indiscutible. Sus características comunes tienen su origen en tres factores generales que condicionan la totalidad de los parámetros del clima oceánico ibérico: la situación latitudinal, la influencia del mar y la topografía.

Asturias está situada aproximadamente sobre el paralelo 43º N, un área sometida a la interacción de dos masas de aire de diferente naturaleza: una de origen polar y otra subtropical. Estas masas de aire son muy diferentes desde un punto de vista termodinámico y en la zona de contacto no suelen mezclarse sino que tienden a interpenetrarse formando grandes remolinos. Esta zona activa se denomina frente polar y sus ondulaciones, reflejo de complicados fenómenos dinámicos, suelen terminar formando borrascas que se desplazan de Oeste a Este. Las borrascas tienen estructuras en las que el aire cálido se superpone al frío, elevándose sobre él. Estas estructuras se denominan frentes y son origen de precipitaciones, en ocasiones, muy intensas.

La cornisa cantábrica se encuentra en plena zona de circulación de las borrascas, originadas en la interacción de las masas de aire polar y subtropical marítimo. Las borrascas, con sus frentes asociados, afectan a la costa cantábrica de la Península de forma especialmente importante en los meses invernales, en los que el frente polar desciende a latitudes más bajas. En esta época, los vientos de componente Oeste y Noroeste, al llegar a la costa cargados de humedad, aportan abundantes precipitaciones. En los meses estivales, sin embargo, el frente polar se retira hacia el Norte y la influencia subtropical se deja notar persistentemente en la cornisa cantábrica. Son los meses de períodos anticiclónicos y de vientos del Nordeste, de origen continental y escasa humedad, lo que se traduce en un descenso generalizado de precipitaciones durante esta estación.

Esta situación general explica la característica esencial de la curva de precipitaciones en la cornisa cantábrica: máximos invernales y un sensible descenso en la época estival. La influencia marítima desempeña un papel decisivo en este contraste estacional, ya que los vientos procedentes del Oeste, Noroeste y Norte llegan a Asturias, tras un largo recorrido sobre el Océano Atlántico, en el cual se han cargado de humedad. Los vientos del Noreste y Este proceden de zonas continentales, por lo que su capacidad para provocar precipitaciones es muy reducida. El mar que baña la cornisa cantábrica se encuentra, además, en una zona de temperaturas relativamente elevadas para su latitud, lo que contribuye a inestabilizar aún más las masas de aire marítimo.

Dado que la totalidad de la cornisa cantábrica se encuentra sometida a los mismos fenómenos atmosféricos, la curva pluviométrica es similar en las estaciones meteorológicas desde Galicia hasta el País Vasco. A pesar de esta relativa homogeneidad existen características diferenciales que contrastan los climas cantábricos entre sí. Una de ellas, de especial interés, es la constatación de que las precipitaciones estivales aumentan gradualmente desde el Oeste hacia el Este, de forma que en Galicia las lluvias son un elemento mucho más irregular en los meses secos del año que en el fondo del Golfo de Vizcaya. La consecuencia directa de este contraste se muestra en la frecuencia e importancia del déficit hídrico, diferente a lo largo del litoral cantábrico: los veranos con meses subsecos o secos son mucho más frecuentes en las costas gallegas que en las vascas. Asturias, por su situación geográfica, se encuentra en la zona de transición entre ambos extremos.

El origen de la diferente abundancia de las lluvias estivales reside en la distribución de temperaturas de la superficie marina a lo largo de la costa. En los meses fríos, la temperatura es relativamente uniforme, mientras que en el verano existe un calentamiento importante de las aguas del fondo del Golfo de Vizcaya. En esta época se observan gradientes térmicos de varios grados entre las costas vascas y gallegas. Las elevadas temperaturas superficiales del mar son un factor de inestabilidad diferencial en las regiones vasco-cantábricas, ya que la transferencia de calor y humedad a las capas bajas de la atmósfera es mucho más activa. El resultado ya se ha mencionado: un contraste estacional de precipitaciones menos marcado y una aridez estival menos frecuente.

La presencia de la cordillera cantábrica es el último factor de importancia en la caracterización del clima de la cornisa cantábrica. El obstáculo orográfico tiene la suficiente entidad como para constituir la frontera entre los climas oceánicos ibéricos y los mediterráneos. De forma general, la Cordillera actúa como una barrera ante los movimientos de las capas atmosféricas superficiales. Las procedentes del Norte y Noroeste se la encuentran frontalmente, lo que origina inicialmente un persistente estancamiento de las masas nubosas contra ella. La cornisa cantábrica constituye, debido a este motivo, la región con menos insolación de la Península (unas 1800 horas anuales frente a las 2500 h de media) y sólo existen entre 30 y 50 días despejados al año (Linés Escardó, 1970).

Aunque en las páginas anteriores se han presentado brevemente las causas que determinan el régimen de precipitaciones general en Asturias, éstas son solamente orientativas; para conocer lo que realmente ocurre sobre el terreno es necesario acudir a datos reales, recogidos en las estaciones meteorológicas repartidas sobre la región. En Asturias existen más de 160 localidades donde diariamente se mide la lluvia o nieve caídas mediante pluviómetros. Las estaciones suelen estar atendidas por personas que, de manera voluntaria y altruista, se prestan a desempeñar esta labor, imprescindible para conocer la realidad climática regional. A partir de sus datos, enviados mensualmente al Instituto Nacional de Meteorología, es posible elaborar mapas que en el caso asturiano reflejan la gran variedad existente en la región.

En el mapa de precipitaciones medias anuales de Asturias (Felicísimo, 1980, 1990, ver figura inferior), se observa que las lluvias anuales en nuestra región varían desde los 900 hasta más de 2000 I/m2. La primera circunstancia que salta a la vista es que existe una estrecha relación entre la precipitación y la altitud, de forma que los mínimos se registran en la costa y los máximos en las zonas más elevadas de la montaña. Este es el rasgo más importante del reparto de las lluvias en Asturias, cuyo origen está en un fenómeno denominado efecto de ladera.

 
 Mapa de precipitación total anual

El efecto de ladera se produce cuando una masa de aire cargada de humedad se ve obligada a ascender al encontrarse con una barrera montañosa. Al aumentar la altitud, la presión se hace progresivamente menor y se produce un descenso de la temperatura generalizado para toda la masa de aire. Si la temperatura desciende por debajo del punto de rocío, el vapor de agua se condensa y se forman las nubes. Si la ascensión forzada y el enfriamiento continúan se desencadenan las lluvias. Aunque existen otros mecanismos de condensación, el enfriamiento por elevación adiabática es el origen de la mayor parte de las precipitaciones líquidas o sólidas que llegan al suelo.

Las precipitaciones más intensas se producen cuando la masa de aire tiene un origen oceánico, ya que las capas inferiores están prácticamente saturadas de humedad debido al intercambio con la superficie marina, y cuando el encuentro con la barrera montañosa es frontal, con lo que el ascenso forzado es más violento. Cabe esperar, de acuerdo con este esquema, que la mayoría de las precipitaciones en Asturias se produzcan ante situaciones del Norte y Noroeste, como en efecto sucede.

El efecto de ladera es la causa directa de la relación existente entre precipitación y altitud, aunque existen otros factores que veremos posteriormente que hacen que el mapa pluviométrico no sea solamente una versión simplificada del topográfico. En la realidad, la asociación con la altitud explica algo más del 50 por ciento de la variación de la precipitación total anual.

El gradiente de precipitaciones en relación con la altitud es variable según las zonas, pudiendo calcularse una media para Asturias de unos 100 I/m2 para un incremento de 100 m de altitud. Los contrastes son más importantes en las zonas donde las sierras litorales están más próximas al mar, ya que constituyen el primer obstáculo a la penetración del aire marítimo: en el Cabo Vidio (90 m) se recoge anualmente una media de 930 I/m2. Inmediatamente al Sur se levanta la Sierra de los Vientos, donde Muñás (210 m) recoge 1300 I/m2 y Mones de Luarca (440 m), unos 1750. El gradiente es aquí de 220 I/m2 por cada 100 m de desnivel, probablemente el más fuerte dentro de Asturias. En otras zonas de montaña, el incremento de lluvias se aproxima más a la media general. En la vertiente septentrional del Macizo Occidental de los Picos de Europa se han estimado unos 140 I/m2 (Felicísimo, 1986); en otras zonas, el gradiente es mucho más moderado: menos de 60 I/m2 en Somiedo, entre La Riera (470 m, 1170 I/m2) y El Valle (1240 m, 1620 I/m2).

Esta gran variabilidad complica el trazado de las isoyetas en el mapa, ya que los gradientes sólo son válidos localmente y el relieve asturiano es especialmente complejo. Por este motivo, el mapa presentado debe tomarse como una aproximación a la realidad, tanto más debido a la gran variabilidad interanual de las precipitaciones.

Las precipitaciones máximas en Asturias son difíciles de precisar por varios motivos. El primero de ellos es la ausencia de estaciones en las zonas más altas de la montaña. Hasta hace pocos años, Leitariegos era la estación de mayor altitud de la región (1525 m) y recibía una media anual de 1721 I/m2. El máximo volumen de precipitaciones, sin embargo, no se registra aquí sino en la estación de Restaño (Amieva, 700 m) con 1810 I/m2. En Brañavara (Boal, 760 m) se han registrado 1795 I/m2 de media anual. El desconocimiento a este nivel es grande y no puede suplirse extrapolando sin más el gradiente hasta los más de 2500 m de altitud, ya que la precipitación desciende en las zonas más altas, tanto por haber desaparecido una buena parte del contenido en agua de la masa de aire, como porque las cumbres ya no constituyen un obstáculo neto y las masas nubosas tienden a rodearlas más que a superarlas. El análisis de los escasos datos existentes en los Picos de Europa hace suponer que las precipitaciones anuales pueden superar los 2500 I/m2.

El mínimo de precipitaciones en Asturias se registra en algunas localidades costeras del litoral central y occidental: Tapia de Casariego (730 I/m2), Cabo Vidio (930 I/m2) y Cabo Peñas (940 I/m2). Los datos de Tapia de Casariego son de dudosa fiabilidad, debido a la brevedad de la serie (7 años), por lo que es más prudente suponer la cifra de 900 I/m2 como una estimación razonable del mínimo pluviométrico regional.

El mínimo existente en las estaciones situadas en los cabos no es representativo de la totalidad del litoral y se debe al denominado efecto de ínsularidad, que se presenta no sólo en pequeñas islas sino también en cabos y penínsulas de pequeña entidad y sin relieve acentuado. Con el paso de las masas de aire húmedo, las precipitaciones se desencadenan preferentemente en los territorios meridionales, donde el relieve permite el efecto de ladera. Aquí sólo los frentes traen lluvias y, como cabría esperar, en el entorno del Cabu Vidio, la precipitación crece rápidamente hacia el interior debido a la presencia de las sierras costeras: 800 I/m2 en 15 km de recorrido horizontal. En el Cabo Peñas, este incremento es mucho menor debido al escaso relieve interior: 200 I/m2 en 30 km.

Diagramas ombrotérmicos

El abrigo orográfico es un tercer fenómeno de interés para comprender el reparto de precipitaciones en Asturias. En la vertiente de barlovento de una sierra o cordillera, las precipitaciones se desencadenan por efecto de ladera por el mecanismo explicado anteriormente. Al superar la barrera, las precipitaciones debidas a la elevación forzada se bloquean y sólo continúan las asociadas al frente. Las lluvias pueden aumentar de nuevo si otra barrera montañosa más elevada aparece detrás de la anterior. En las localidades situadas en los valles interiores asturianos puede producirse esta situación de abrigo, mostrándose mínimos locales de precipitaciones. Si el valle es lo suficientemente ancho, las masas de aire pueden descender por la ladera de sotavento y aparece el fenómeno inverso al efecto de ladera: el aire se calienta al descender y su humedad relativa disminuye consecuentemente. Si el fenómeno es lo suficientemente intenso puede producirse un viento cálido y seco denominado foehn. La presencia de foehn es característica, de forma general, en Asturias ante los vientos del Sur, cuando descienden por la vertiente septentrional de la Cordillera, pero parece que los valles asturianos son excesivamente angostos como para permitir subsidencias locales de importancia.

El abrigo orográfico se muestra en algunos valles interiores, donde se presentan mínimos locales de precipitaciones. Es especialmente notorio el presente en el tramo medio de la cuenca del Río Narcea, donde las lluvias descienden a menos de 1.100 I/m2 en un contexto mucho más lluvioso, pero también aparecen en algunos tramos de las cuencas del Pajares, Navia, Ibias y, más débilmente, en el Güeña. La diferencia entre la situación de abrigo y la exposición a barlovento aparece claramente al comparar datos de estaciones situadas a similar altitud: Arganza (325 m, 1033 I/m2) y Soto de la Barca (215 m, 983 I/m2) están en la cuenca media del Narcea; Salas (240 m, 1298 I/m2), Ovienes (220 m, 1476 I/m2) y Oneta (300 m, 1582 I/m2) están en situaciones expuestas a los vientos marítimos. Las diferencias son de hasta 400 I/m2, lo que sin duda tiene una destacable importancia ante las posibles situaciones de aridez.


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